Las hembras de los ancestros humanos, hace entre 3,5 y 1,8 millones de años, dejaban a sus parientes para emparejarse con machos de otros lugares, al igual que hacen los chimpancés, los primos evolutivos de nuestra especie. De este modo, la naturaleza sorteó los problemas de endogamia que podrían haber perjudicado a poblaciones de homínidos muy pequeñas.