La esposa de Pablo Neruda y su chófer habían viajado a Isla Negra, un pintoresco pueblo a orillas del mar, en busca de unas ropas del poeta. Matilde Urrutia y Manuel Araya hurgaban en los armarios, cuando sonó el teléfono. "Era don Pablo…hablaba en susurros pidiendo que regresáramos cuantos antes. Un médico de la clínica le había inyectado algo y se sentía morir", relató Araya a la prensa, repitiendo la declaración que poco que antes prestara ante un juez.
En base al testimonio de Araya, hombre de confianza de Neruda, el Partido Comunista chileno ha pedido que los restos del poeta sean exhumados y sometidos a autopsia.
"Todo apunta a que fue envenenado por la dictadura de Pinochet. Si esto se confirma, el crimen no puede quedar impune", afirma Eduardo Contreras, representante legal de Partido Comunista. Aunque con reservas, la Justicia abrió un expediente y puso al magistrado Mario Carroza al frente de la investigación.
La posible exhumación del Premio Nobel chileno no parece inquietar ni a los directivos del hospital Santa María, donde el poeta estuvo internado hasta su muerte el 23 de septiembre de 1973, ni a los ex militares que entonces custodiaban el establecimiento.